Por: Ginela Pinto
Hablar sobre la internacionalización de la comida venezolana, exige primero hablar sobre un asunto de identidad gastronómica. Como hija de padres extranjeros me declaro hasta cierto punto ignorante en el tema; esta misma situación se repite una y otra vez en muchos de los hogares venezolanos, que no siendo ni de allá ni de acá, desconocemos mucho de la cultura gastronómica, y aquí agrego la palabra “autóctona” tal vez refiriéndome a la tradicional que no la popular, de nuestro país. Me cuenta mi papá, que recién llegado a Caracas a finales de los 70, una de las cosas que más llamó su atención era que los platos en las cartas, no tenían nombre y apellido; para alguien que viene de un país (Bolivia) donde cada día se prepara un plato distinto con su respectivo alias (fricasé, sopa de maní, saisí, timpu, chairo, y un largo etc.) resultaba curioso encontrar un menú que ofrecía un simple churrasco ó milanesa de pollo, ó bien bisteck de solomo, acompañados por los clásicos, arroz, tajada ó ensalada. Hago aquí salvedad del pabellón, del mondongo y de la hallaca, que han perdurado y hoy se posicionan como los platos insignia de la comida venezolana, junto con la arepa y la cachapa.
Y es que los venezolanos, queramos ó no somos el resultado de una exquisita fórmula de mestizaje ocurrida a raíz de la Colonización y reforzada más adelante, por la llegada en olas de europeos; como en todos los aspectos culturales, la gastronomía del venezolano se vio influenciada por estos hechos. Hablar sobre comida venezolana es mucho más que hablar de cocina mantuana, muy elaborada y exclusiva de las clases elitescas de la Caracas de antaño. Es más bien entrar en cada hogar y ver qué se está cocinando, si es que de casualidad se está haciendo. No sé si se trata de re-identificarnos ó re-descubrir nuestros sabores típicos, ó más bien buscar un común denominador; la tarea está en cada venezolano, y con mucha más carga de responsabilidad en los cocineros, embajadores gastronómicos. Se agradece cada vez más, labores como las realizadas por los chef Víctor Moreno y Sumito Estévez, en el canal de señal por cable, donde vemos a un orgulloso Víctor recorriendo la ruta del sabor en Mérida y un afanado Sumito explicando el elaborado proceso de un Asado Negro.
El pasado domingo estando en una concurrida arepera del este de la ciudad, presenciaba uno de los momentos más importantes en la vida de un venezolano; una mamá que luego de ordenar un hervido de gallina (valga acotar que eran las 10am), ofrecía bocados de arepa a su bebé de escasos meses, quien los recibía con un gusto increíble. Lo que tal vez no sabía esta joven mamá, es que, empezaba a formar una identidad en el paladar de su pequeño bebé, que más tarde reconocería con total confianza, como ya lo hacía su hermano (de tal vez unos siete años) que con voz muy clara y decidida le ordenaba al mesonero “una cachapa con queso de mano”, así mismo, con nombre y apellido, no cualquier queso, sino Queso de Mano.
03 octubre 2007
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